Querida Ursula

1/24/2018


Querida Ursula:

Hoy he despertado en un mundo en el que ya no estás. Ese gran árbol que eras, el último gran corazón palpitante del bosque en el que vivimos, ha caído. Todo está más vacío sin ti. Muchos pájaros se han quedado sin hogar, las constelaciones ya no pueden crear nuevas figuras escondiéndose en tu dosel y la tierra llora por la partida de tus raíces, que tanto sostuvieron sus cimientos y los de todos nosotros. Nuestras ramas torpes oscilan perdidas ante el viento: ya no encuentran en el cielo tus amorosos brazos de madre para acunar nuestros sueños y esperanzas.

Tu muerte no fue algo que me pillara totalmente por sorpresa. Tenías ya tus años y tus enfermedades. Es natural para un ser humano, incluso para los escritores subcreadores, entregar su vida a lo desconocido cuando llega la hora. Pero tenía miedo, Ursula. Estaba aterrada. Eras la última gran escritora de Fantasía que nos quedaba, y tenías ya tus años y tus enfermedades. 

Yo nací en un mundo en el que Tolkien ya había marchado por los Puertos Grises: él siempre me entregó todo desde el otro lado del océano. C.S Lewis había recibido incluso antes la llamada del León. Michael Ende se convirtió en historia cuando yo era demasiado pequeña como para asociar esa pequeña novelita suya, Tranquila Tragaleguas, a la obra de uno de los nuestros. Y qué decir del resto de la Familia: todos habían partido mucho tiempo atrás para integrarse al tapiz de la genealogía de nuestros antepasados.

Tú eras la única que nos quedaba, Ursula. No me interesan los Gaiman, los Rothfuss, los Martin, los Sanderson. No sienten, no piensan. O lo que sienten y piensan no trae en sus palabras los ecos de Faërie, o yo no los percibo. Sé que para muchos son figuras tutelares y respeto eso, pero para mí tú eras la única que nos quedaba porque encarnabas el punto cúlmine del único modelo de autor de Fantasía que reconozco y al que deseo aspirar: aquel que ama y piensa su propio arte. Aquel que es capaz de crear y desarrollar poéticas en el tiempo. Aquel que entiende que ética y estética son uno de los maridajes más importantes de la Fantasía. Aquel que ha entrevisto Faërie en su corazón.

En cierto modo, todo aquel que merezca presentarse como autor de Fantasía te habrá leído y habrá encontrado en la huella de tu escritura una senda por la que caminar, o está destinado a hacerlo tarde o temprano. Pero, entre quienes te han leído, quiero destacar en particular las reacciones autoras que en los últimos años me han abierto nuevos mundos. 

“Esa Ursula…”, me dijo Liliana Bodoc una vez que le comenté hace años, en Mendoza, algo sobre tu positiva impresión sobre su trabajo. Fueron palabras tiernas, cálidas, de agradecimiento y sorpresa. Los ojos de Verónica Murguía resplandecen al pronunciar tu nombre. Susanna Clarke aprendió de magia (la verdadera) en tus páginas. A.S Byatt valoró tu magia por sobre los juegos de pirotecnia de J.K Rowling.

Todas estas y muchas otras compañeras de letras tributamos tus historias, Ursula. Pero, conversando con las más cercanas, todas temíamos tu partida de maneras similares. Más de una vez soñé que despertaba con la noticia de tu muerte. Tantas otras intenté imaginarme cómo reaccionaría ante semejante noticia. Cómo lo haría para mantenerme íntegra si me enteraba en alguna de las oficinas en que he trabajado, cómo me sentiría ante el aluvión de lamentos de los muros de las redes sociales. Al final todo resultó muy distinto a cualesquiera de las versiones que hubiera podido imaginarme: una llamada telefónica de un amigo cuando me encontraba en casa, jugando tranquilamente con la SNES cerca de la noche, cuando ya había decidido cerrar Twitter de manera indefinida, la única red social que aún mantenía. 

Todo resulto muy distinto a lo que imaginaba, sí, incluso el golpe: un florete ensartándose en lo más profundo del pecho.

De alguna forma, esperaba que estuvieras para siempre. 88 años me parecían muchos, tantos que pensé que podrían seguir acumulándose en tu vida unos tras otros, por mucho tiempo más. Nicanor Parra vivió 103 años. Un siglo entero. Te necesitábamos por un siglo entero y mucho más, Ursula. Yo sentía que la Fantasía de nuestro mundo te necesitaba, y aun la literatura a secas. Aunque no lo parezca, existen muchos buenos poetas. Pero hay muy pocos buenos escritores imaginativos.

Hacia tus últimos años, sin embargo, empezaste a ser valorada masiva y unánimemente, incluso desde los frentes de la literatura más convencional. Ganaste el National Book Award en 2014, en la categoría Medal for Distinguished Contribution. Recientemente, la Library of America editó tus historias de Orsinia. Te has ido siendo la escritora imaginativa que más cerca estuvo de ganar el Premio Nobel. Tu visión personal y como autora, extraordinariamente políticas, podría haberte ayudado en ello. Pero, como tantos otros grandes, no recibiste aquella gloria mundana. En su lugar, premiaron a Kazuo Ishiguro, con quien no negaste en trenzarte en una discusión en defensa de aquello que tanto amaste: la ficción imaginativa. No importa, Ursula. Ishiguro no entendió nada. Muy pocos entendieron algo, según se intuye en el tono de sus respuestas. Pero quienes entendimos agradecimos tu coraje y tu claridad de ideas, como siempre, y alimentamos nuestras propias llamas con tus nuevas palabras. 

Lo cierto es que estuviste muy activa hasta el final. Además de tus elegantes réplicas a Ishiguro y de todo lo que fuiste publicando para el blog de Book View Cafe, tu discurso para la National Book Fundation fue tan agudo y magnífico que dio la vuelta al mundo. Te fuiste contra Amazon, pero tu gesto fue mucho más allá, a mis ojos. 

A lo largo de mis cortos años en este entorno, he visto a mucha gente adorar tu nombre, pero comportarse como escritores que en nada parecen calzar con una visión crítica del capitalismo, ese que a casi todos nos tiene sumidos y que ahora ha extendido sus tentáculos con especial saña hacia la creación literaria. No tiene nada de malo querer vivir de la escritura (tú lo conseguiste, desde luego), pero las formas en las que concebimos nuestras historias y nuestros proyectos alusivos no pueden verse contaminadas por la fama, el dinero o el ego mal direccionado. No debemos permitirlo. Nuestro único fin debe seguir siendo intentar escribir lo mejor posible las mejores historias.

La verdad es que me costaba tanto encontrar en redes sociales gente con quien compartir esta visión que decidí cerrar mis cuentas. Y aun cuando podría volver, ahora sé más que nunca que no tengo mucho más que que hacer ahí. No “he venido aquí a hablar de mis libros”, Ursula, al menos no como algo central. He venido aquí ante todo hablar de y desde lo que amo, la Fantasía, y si Dios quiere, a que una voluntad divina me conecte con personas que la amen tanto como yo. Escribo como consecuencia de ese amor. Todo lo que hago en mi vida, lo más importante, es una consecuencia de ese amor. La escritura literaria, escritura ensayística, escritura académica, pensamiento, reflexión: todo, todo es una expresión de mi amor, a veces torpe, a veces casi devocionario, por la Fantasía. 

Estas palabras también entran en esa línea, desde luego. Las redes sociales se volvieron una gran elegía en tu nombre, Ursula, a la vez que una celebración de lo que has sido en la vida de tantas personas. Y es que fuiste tan variada y tan prolija en prácticamente cada cosa que escribiste, desde tus primeras novelas a tus textos crepusculares sobre tu gatito Pard, que tus lectores son muchísimos y casi tan variados como tu trabajo, cada uno con una patria distinta, pero todas integrantes de ese gran mundo que fue y es tu obra. 

Tamaño alcance se apreció sobre todo en la gran cantidad de obituarios, remembranzas o simples noticias sobre tu muerte que comenzaron a salir a la luz muy pronto para ser compartidos entre redes de contactos. Es algo frecuente cuando muere un escritor importante, lo sé. Pero ayer no se difundió la muerte de una escritora importante. Ayer se difundió la muerte de un miembro de la Familia, de nuestra abuela. No pude concebir otra reacción inmediata más que el llanto, sea interno o externo. O ambos. 

Por ello, sentí que no habría podido sumarme a esos plañidos o laudatorios colectivos en esta etapa de mi vida. Que ya no podía escribir de ti en tercera persona, y desde tu apellido de casada: “Le Guin esto, Le Guin aquello”. Casi siempre me he referido a ti así, pero ya no más. Tú eres Ursula, una amiga, una compañera, mi abuela. Tenía que escribirte una carta, una que he optado por publicar aquí para dejar testimonio de ella, pero que no pretendo difundir ni compartir directamente más que con unas pocas personas con las que he hablado largo y tendido de nuestro amor por ti. Te entrego entonces mi discreto luto en el mundo real y estas palabras toscas, que redacto sin más guía que mi corazón, con todo lo bueno y todo lo malo. 

Poco después de enterarme de que te habías ido, pensé en muchas cosas. La primera es que, en realidad, siempre has estado ahí, conmigo. En muchos casos, sobre todo en la muerte repentina de músicos, uno se acuerda de la persona que era al momento de escucharlos. En muchos casos, ese tipo de amores está condensado en alguna época pasada particular de nuestra vida. Pero tú siempre estabas. Desde que llegaste a mí en mi veintena (tardíamente para algunos, quizá), no te fuiste más. Estuviste cuando nació FA y comenzábamos a crecer como un movimiento exclusivamente dedicado a la celebración de la Fantasía, algo que nunca había ocurrido en Chile y que ya no volverá a ocurrir. Estuviste, a través de un ejemplar de Un mago de Terramar, cuando tuve que irme de mi casa contigo, con Tolkien y Ende, y con una muda de ropa y $60.000 a una ciudad horrible en la que sigo viviendo. Mi abuela de sangre me hizo mucho daño y me vi obligada a abandonar esa casa en la que había pasado toda mi vida, la casa en la que me destruyeron y en la que me recompuse con las primeras palabras del primer borrador de Obra Mayor; pero tú, mi abuela literaria, me recordaste que mi verdadero hogar siempre ha sido Faërie, y que allí he de morar. 

Tú, Ursula, estuviste desde entonces en cada palabra que escribía para reflexionar sobre la Fantasía, en cada pensamiento sobre la magia, los magos y los dragones, en cada discusión interna sobre el lenguaje de la propia Fantasía. 

Por supuesto, ayudó mucho que tu voz siguiera retumbando en el mundo. Tu última obra de ficción fue la novela Lavinia, en 2008. ¡Hace ya diez años…! Entonces dijiste que no podías escribir más ficción, y algunos portales difundieron tus palabras en el sentido de “ya no puedo escribir más”. Pero tú aún escribías columnas y poesía. Poesía, Ursula. Una de las cosas que más me sorprenden de muchos escritores de Fantasía actuales es su poco interés por la poesía, incluso siendo a veces prosistas competentes. 

Porque la poesía es la expresión definitiva del lenguaje, en todo su potencial estético. Un autor de Fantasía, que crea mundos desde la palabra, debería saberlo.

En su bello poema “Despedida”, Jorge Teillier, el poeta chileno más cercano a lo feérico, cerraba sus versos de la siguiente manera: “y me despido de estos poemas: / palabras, palabras —un poco de aire movido por los labios— palabras / para ocultar quizás lo único verdadero: / que respiramos y dejamos de respirar.” Es una despedida del lenguaje mismo, lo único con lo que los escritores podemos rozar el infinito. Cuando tu cuerpo flaqueó, Ursula, tú te quedaste con lo más importante de la literatura: la poesía, que es puro lenguaje. Y a él, como un madero en medio de un mar tormentoso, te aferraste con tu vida como artista. 

¿Cómo pensar en un destino más hermoso que ese?

Fuiste celebrada y amada, Ursula, y cada una de esas distinciones y muestras de cariño fueron tremendamente merecidas. Fuiste uno de esos escasos milagros literarios en que una obra descollante se aunaba a una persona brillante y de enorme sentido ético, que además recibió un reconocimiento casi unánime de los lectores, desde los académicos convencionales hasta los lectores de fandom, pasando por nosotros, los Happy Few. Y sin embargo en esa voluntad de escribir hasta el final está una de tus mayores glorias como escritora y como ser humano. Que la vida me arrebate toda posibilidad de triunfo mundano a cambio de tener una lucidez espiritual similar a la tuya y comenzar mi propia despedida con las palabras, las viejas amigas pulidas por los años, tintineándome en las manos.

Otra cosa que pensé, Ursula, fue en el perfil que tenías en mí. Numerosos sitios hoy hablan de ti como “Maestra de la ciencia ficción”. La verdad es que la gente no parece acordarse mucho de Terramar. Pero lo cierto es que a mí jamás me interesó la ciencia ficción. Desde el primer día en que empecé a tener una voz más pública luché para dejarlo patente: lo que yo amo es la Fantasía, que poco tiene que ver con la ciencia ficción, su hermana. Si logré llegar progresivamente a ella, de hecho, fue gracias a ti y a tu enfoque humanista. Pero mi corazón siempre perteneció a Terramar y las aventuras y desventuras que Ged y Tenar vivieron en aquel mundo. 

Cuando por fin tuve fuerzas para buscar más cosas sobre ti tras tu partida, me topé con la sorpresa de que los libros de Terramar, cuando no estaban mencionados al paso o invisibilizados, aparecían bajo el filtro de “novelas juveniles”. Nunca terminé de entender esto, Ursula, ni siquiera para Un mago de Terramar. ¿Es el encuentro con la Sombra algo propio de la adolescencia? Yo diría que no. Y para qué hablar luego de la conciliación de anima y animus en Las tumbas de Atuan, de la renuncia al poder en La costa más lejana, la dolorosa reparación en Tehanu y la integración definitiva de El otro viento

Historias de Terramar, como El Señor de los Anillos, es una obra de múltiples capas, que no ha de agotarse en sucesivas relecturas; al contrario. Ahora que estoy recién como el Ged más juvenil en mi propia vida, toca una relectura de la aventura entera. Jamás podré agradecerte lo suficiente por haber escrito una historia que no solo salvó mi vida en un momento particularmente oscuro, sino que también se volvió el faro que orienta mi ruta por la tormenta nocturna, el candil con el que desafío las espesas sombras del bosque y la estrella que enriela mis pasos rumbo al nacimiento de mi verdadero yo.

Ahora que hablamos de Tolkien, Ursula, hay otra cosa que quiero compartirte. Nunca he entendido a la gente que valora tu obra por oposición a la del Profesor. Desde luego, ambas son muy distintas, como debe ser. Sin embargo, ¿es que no ven las sutiles líneas de oro que unen ambas historias bajo el mismo hálito de amor? Porque yo te veo como una apasionada lectora de Tolkien, Ursula, una que entendió cómo dialogar con los maestros sin perder la voz propia. Así es como se abraza a la Familia, Ursula; tú me lo enseñaste. 

Como lectora de Tolkien que posteriormente se transformó en creadora, como muchos de nosotros, tú fuiste sobresaliente, Ursula: qué duda cabe. Gracias a ti comprendí la falsa trampa de la supuesta “ansiedad de la influencia”. Nadie que de verdad ame a Tolkien desea superarlo. Nadie que esté en búsqueda de su voz aceptaría como elogio ser “el/la Tokien [inserte nacionalidad o cultura]”. Nadie que de verdad ame la Fantasía consideraría que Tolkien proyecta una sombra sobre la propia creación. Porque Tolkien es también Familia. Cada obra, cada libro, cada palabra es motivo de dicha. Es una hoja más en el árbol al que todos pertenecemos. Amar la obra de Tolkien o la tuya no pasa por imitarlos, sino por intentar recorrer, al menos por curiosidad, la ruta que ustedes emprendieron por Faërie. 

Ahí he estado yo, Ursula, con más desvíos de los quisiera. Tolkien no lo llamó Reino Peligroso por nada, eh. Tú misma, en un hermoso fragmento de poema que me compartió mi amiga Mariela y que me volvió a remecer por la mañana, contabas sobre cómo elegiste la ruta que no tenía nombre en lugar de la que llevaba al Pueblo y de cómo llegaste al Bosque Oscuro y armaste tu sendero en sus entrañas. 

Tus versos son casi una plegaria del fantasista, Ursula, sobre todo en estos días tan revueltos y miserables.

La Fantasía, que ya tenía bastantes lastres por el solo hecho de compartir término con la falsedad ilusoria, ahora se ve asociada a movimientos literarios comerciales juveniles, a batallas de inspiración medieval a causa intrigas políticas, a cinismo y desesperanza… Qué te voy a contar, Ursula: he despotricado como una loca contra estas nuevas corrientes siempre que he podido. Es que eso no es Fantasía para mí, no después de leerte junto a tantos otros, ancestros tuyos o herederos. Pónganme un guerrero musculoso luchando con una espada y yo pensaré en Ged surcando en silencio las olas a bordo de Miralejos. Pónganme una guerrera o aventurera contemporánea “empoderada” y yo pensaré en la vida de Tenar, en cómo se despojó del poder de un matriarcado infecto, salió del laberinto con la ayuda de un hombre, un verdadero compañero, y volvió a renunciar al poder para vivir una vida tranquila, pero llena de flores y frutos.

Hace años, Ursula, cuando yo era bastante más joven y cargaba con menos pérdidas y tristezas, tuve la oportunidad de participar de una entrevista a tu persona. Torpes e ingenuos éramos entonces, y nuestras preguntas no fueron demasiado buenas. La mía, desde luego, iba sobre Tenar, un personaje que siempre me ha fascinado, mi primer reflejo femenino verdaderamente potente en la ficción literaria de Fantasía. Quería conocer la naturaleza de su poder, sobre todo en su calidad de sacerdotisa y maga renegada. Tu respuesta me impactó y me sigue acompañando estos días, como supongo que lo hará por siempre: Tenar tan solo es una mujer que intenta hacer lo correcto. 

¡Lo correcto, Ursula…!

He dicho que estos son tiempos revueltos y miserables. Apenas hay espacio para la bondad y la belleza, o aun para la libertad. Hoy nos dominan otros reyes y ejercen otro derecho divino sobre nosotros. Pero han sido mucho más efectivos que los otros, porque han llegado a infectar nuestros corazones de creadores con su veneno, y eso es inadmisible. Ya no podemos seguir tolerando eso. Yo ya no puedo, Ursula. Hay que hablar y escribir con la Verdad, siempre que se pueda. Y hay que hacer que se pueda siempre. Como tú cuando eras joven, cuando solo eras la Ursula que escribía y no la Ursula escritora, y exclamaste “¡No importa que nadie lo lea nunca! Me iré por aquí”. “Por aquí”, además del camino que lleva a Faërie, es el camino de lo correcto. 

Nos has dejado una responsabilidad enorme como escritores y lectores con tu partida, Ursula. La pregunta inmediata que me surgió fue “¿Y ahora qué hacemos? ¿Qué será de nosotros?”. Ahora, aunque estas palabras cobran en mí el sentido de un nuevo comienzo, guiado siempre por la luz de fuego (¿de dragón?) de tu estrella, primero fueron palabras de desamparo. 

Eras nuestra abuela, Ursula. Siempre lo serás, pero ya no estás presencialmente. Ya no te veremos discutiéndole a quienes se atrevan a humillar la imaginación con la pedantería de querer hablar del Reino Peligroso sin jamás haber oído la Nota. Ya no nos encontraremos con alguno de tus geniales artículos en Book View Cafe. Ya no conoceremos tu alegría al ver publicada esa maravillosa edición de Terramar completa que estaba ilustrando Charles Vess y que saldría este mismo año. Ya no seguiremos guardando la esperanza de que recibas el Nobel o algún otro premio, más que nada para que te sientas valorada también por las instituciones. 

Ya no podré enviarte una nueva carta para contarte que, pese a que años atrás te conté que había perdido a mi Ged, ahora vuelvo a tenerlo a mi lado, y ojalá ahí se quede por mucho tiempo más. Ya no podré contarte con mejores palabras cuán importante has sido, eres y serás para mí, como mujer, como autora. Como abuela de nuestra Familia.

Te has ido al fin, Ursula. Estás muerta. Ni siquiera la Fantasía puede evitar eso, y mis ojos se llenan de lágrimas de solo escribirlo. Pero la Fantasía nunca buscó evitar eso: otra cosa que me enseñaste. La Fantasía nos brinda esperanzas de vida, allí donde la razón se agota. Es una expresión de la fe, si se quiere, por mucho que les moleste a algunos. Tú, que te reconocías como atea, debes conocer al fin el secreto del origen, lo que yace detrás del océano, de la puerta, del muro. Al fin habrás de haber encontrado la respuesta que tanto buscaste en tu propio viaje espiritual, al margen de la religión judeocristiana. Al fin, como leí en un comentario de Internet, alguien (Alguien o Algo) habrá pronunciado tu nombre secreto.

No puedo evitar pensar en el Paraíso como una expresión de Faërie (o viceversa), aunque sé que no tienen nada que ver. Sin embargo, creo que me gustaría quedarme con la idea de que todo escritor honesto, al morir, se encuentra con los mundos e historias que creó en vida. Nada podría hacerme más feliz que imaginarte abriendo los ojos allí, del otro lado, y encontrándote con un sonriente Ged tendiéndote la mano para que juntos vayan a navegar en Miralejos. Después de todo, como tú misma dijiste en una entrevista, Ged era tu personaje favorito. 

Que otros lectores te imaginen en órbita, o comunicándote con tus otros personajes desde un ansible: encendiste mi corazón como autora de Fantasía. Sé que te molestaba que te encasillaran, porque tú eras una escritora de lo humano, pero espero que puedas perdonar mi descaro; para mí nada hay más humano que la Fantasía. Con todo, sabes también cuánto valoro tu veta de ciencia ficción (“Will you tell us about the other worlds out among the stars—the other kinds of men, the other lives?”. ¡Ay, Ursula…!), así como la ensayística, sobre todo la que dedicaste a temas de género y a cuestiones políticas.

Y perdona también estas palabras terribles y cursis que te he escrito. Como el tamborilero de la canción navideña, no poseo más que esto para entregarte como ofrenda, al menos por ahora. ¿Sonreirías ante ellas, Ursula? Una esperanza más que anidar en el hueco del pecho. 

Me despido de estas líneas dándote las gracias.

Gracias por enseñarme el amor por nuestros maestros, por nuestra genealogía.

Gracias por descubrirme el pensamiento político en la ficción que mejor resuena conmigo, aquel no tiene que ver con partidismos mundanos, sino con la liberación del espíritu y una comprensión consciente de los claroscuros de la naturaleza humana. 

Gracias por demostrarme que el escritor de Fantasía debe pensar, debatir, reflexionar y cuestionar, porque el filo de las palabras sirve también para cincelarnos a nosotros mismos y a nuestras obras. 

Gracias por haber respondido a nuestra entrevista aquella vez. No sé si aquellas personas que perdimos en el camino piensan en ti, o si estén pensando en nosotros a través de ti, ahora que ya no estás, pero al menos nosotros dos hemos intentado reparar el daño que nuestros errores cometieron entonces, como tú también nos enseñaste.

Gracias por ayudarme a conocer a nueva gente valiosa con la que comparto mi admiración hacia ti y con la que crucé muchas veces entusiastas palabras sobre tu obra: Verónica, Gabriela y Mariela, principalmente, todas escritoras; curiosamente, ninguna chilena. 

Gracias por estar aquí hasta el final, con la voz precisa y rotunda, siempre llena de luz, en tiempos tan oscuros y confusos.

Gracias por crear a Ged y a Tenar.

Gracias por haber dado uno de los frutos más hermosos en el árbol de la Fantasía. Gracias, también, por haber sido tú misma uno de los árboles más hermosos e importantes de nuestro bosque. Nosotros, los autores de Fantasía que quedamos aquí, desde los insignificantes como yo hasta los más grandes, hemos de portar tus semillas y crecer también gracias a ellas.

Y gracias por salvar mi vida, y por seguirla salvando, de algún modo u otro. Estoy muy contenta de haber podido crecer en la misma época que tú y de haberte conocido mientras aún estabas aquí, plenamente activa. Estoy muy contenta de haberte leído y sé que lo seguiré estando a medida que continúe leyendo las muchas obras en las que aún me falta adentrarme. Estoy muy contenta de que hayas existido y de que hayas sido nuestra abuela. 

Quiera Dios o el destino que nuestros esfuerzos por convertirnos en mejores escritores de Fantasía den sus propios frutos y que algún día merezcamos encontrarnos otra vez contigo en las tierras o mares de Terramar, con nuestros relucientes nombres secretos revelados. 

Hasta entonces esta despedida temporal.

Te ama, siempre,

Paula




Ursula K. Le Guin

(1929 - 2018 / ∞)



Long ago when I was Ursula

writing, but not “the writer,”

and not very plural yet,

and worked with the owls not the sparrows,

being young, scribbling at midnight:

I came to a place

where the road turned and divided,

it seemed like,

going different ways,

I was lost.

I didn’t know which way.

It looked like one roadsign said To Town

and the other didn’t say anything.

So I took the way that didn’t say.

I followed

myself.

“I don’t care,” I said,

terrified.

“I don’t care if nobody ever reads it!

I’m going this way.”

And I found myself

in the dark forest, in silence.

You maybe have to find yourself,

yourselves,

in the dark forest.

Anyhow, I did then. And still now,

always. At the bad time.

When you find the hidden catch

in the secret drawer

behind the false panel

inside the concealed compartment

in the desk in the attic

of the house in the dark forest,

and press the spring firmly,

a door flies open to reveal

a bundle of old letters,

and in one of them

is a map

of the forest

that you drew yourself

before you ever went there.

      The Writer At Her Work:

I see her walking

on a path through a pathless forest,

or a maze, a labyrinth.

As she walks she spins,

and the fine thread falls behind her

following her way,

telling

where she is going, where she has gone.

Teling the story.

The line, the thread of voice,

the sentences saying the way.

     The Writer On Her Work:

I see her, too, I see her

lying on it.

Lying, in the morning early,

rather uncomfortable.

Trying to convince herself

that it’s a bed of roses,

a bed of laurels,

or an innerspring mattress,

or anyhow a futon.

But she keeps twitching.

There’s a lump, she says.

There’s something

like a rock—like a lentil—

I can’t sleep.

There’s something

the size of a split pea

that I haven’t written.

That I haven’t written right.

I can’t sleep.

She gets up

and writes it.

Her work

is never done.

 
 (De “The Writer on, and at, Her Work”, 1995. Disponible en The Wave in the Mind).

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